Traducción de Susana Cella
En cada nuevo libro, Jean Portante instala un parque de atracciones. En este caso, elige un terreno abonado por el silencio para armar la carpa y poner a correr sus obsesiones -la muerte, las sombras reverberantes, la lucha de contrarios, la extranjería, lo fronterizo, el tiempo, la línea del horizonte que se desplaza- con la fuerza de sus imágenes resplandecientes. Escribe: "Cuando llega la boca que abraza todo eso/ un latigazo golpea en lo alto/ como si tocara una orquesta domada".
Entrar en las páginas de este jardín oscilante, que vibra movido por un enjambre de sismos, permite oír el latido de sus personajes: el centinela, el reparador de redes, los espiadores de estrellas trabajando sin pausa en una usina de transmigraciones y permutas. Aquí las formas cambian su disfraz a cada momento y los seres se desdoblan sobre las arenas movedizas del sueño.
Una pintura y un teorema podrían ser las coordenadas para ubicar el punto donde hace pie este nuevo libro de Portante; por ejemplo "El jardín de las delicias" del Bosco y un tratado de geometría de Euclides. La creación emerge de extraños maridajes, y un enlace entre los escombros de la postal surrealista y la deducción gélida, es apenas una posibilidad. Como visiones que ruedan en una camino polvoriento nos llega la poética prodigiosa de Portante que se erige como reino de lo real alterado, porque. "Algo termina en esta tierra al revés./ Lo que mucho tiempo miró las estrellas se orienta/ a las raíces para observar los secretos/ enterrados en el jardín".
Jorge Boccanera
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